22/1/15

LA PATRIA

En estos tiempos complicados que vivimos, donde nuestra República se encuentra gravemente herida y despojada de su dignidad, comparto un texto donde claramente se ve el espíritu de lo que es un País a través de los ojos de un docente…
¿Dónde habrán quedado esos hombres y esos valores? ¿Dónde estará esa educación y espíritu de Patria…?
Espero que les guste y sirva para ver lo que pudimos haber sido y a lo que hemos llegado…

El otro día, después de una lección en la cual el maestro hablo de la Patria y de la manera de servirla, Juan exclamó:
- ¡Yo quisiera ser hombre y militar como mi padre, para poder servir ya a la Patria!
El maestro que oyó, dijo:
- Tu Juan, y vosotros todos podéis servir desde ahora mismo a la patria. Ya la estáis sirviendo, bien o mal, ya sois buenos o malos ciudadanos según es vuestra conducta.
Los niños lo miraron un poco extrañados, y él continuó:
- Si hijos míos: servir a la patria es trabajar para que ella sea grande, rica y civilizada. Y un país es grande cuando los ciudadanos son trabajadores y honrados, cuando cumplen sus deberes cívicos, cuando respetan las leyes, cuando se respetan y ayudan los unos a los otros, cuando todos aprenden a leer y a escribir y tienen una profesión o un oficio para contribuir cada uno, en su esfera, al progreso y al bien de todos y al bien propio.
Sirven a la patria tanto los soldados del tiempo de guerra, como los soldados del tiempo de paz, es decir, todos los que trabajan.
Desde el agricultor y el obrero más modesto hasta el gran industrial, el fabricante, el inventor de máquinas y desde el Presidente de la República hasta el empleado más humilde, que atiende con honradez sus obligaciones; todos, todos ellos contribuyen a la felicidad del país y a su progreso, todos sirven eficazmente a la patria.
El maestro explicó como era cierto lo que acababa de afirmar y agregó:
- Y vosotros, hijos míos que formáis parte de la patria, podéis servirla, debéis servirla desde ahora, preparándonos para ser mañana buenos ciudadanos, honrados, ilustrados, trabajadores.
Si sois hijos obedientes y alumnos disciplinados, respetareis mañana las leyes de vuestro país; si sois activos y laboriosos ahora, si sois perseverantes, si cumplís hoy vuestros deberes tendréis los hábitos que la patria os exigirá mañana como primera condición para servirla.
Si odiáis la mentira ahora que sois chicos, no podréis mentir ni engañar a nadie mañana; y eso solo, eso solo, os retraerá de muchos descuidos, de muchas faltas, y os impulsará a ser buenos. Si estudiáis, os pondréis en condiciones de ganaros mejor y más honradamente la vida; trabajareis con éxito, porque trabajareis con inteligencia y constancia.
El maestro, que se había levantado de su asiento para venir a pararse junto a los bancos de la primera fila, concluyó diciendo, con voz vibrante de emoción:
- Si, niños queridos: no olvidéis lo que os acabo de decir. Es lo que digo a mis hijos también, y los adoro.
Hablad con vuestros padres, con vuestros abuelitos, si los conserváis, con las personas que os merezcan mayor confianza y respeto, y oiréis a todos ellos lo mismo que me estáis oyendo.
Sed trabajadores y no mintáis nunca, nunca, nunca.
Y sea esta mi última palabra y mi último consejo: El que no trabaja y el que miente, estos no pueden llamarse patriotas, estos ofenden a la patria; esos no tienen derecho de pronunciar los nombres de nuestros grandes patricios.
Creed lo que os digo; creedlo, aunque no lo comprendáis bien ahora; creedlo, porque es cierto. Os lo juro, os lo juro por mis hijos queridos; os lo juro porque os amo a vosotros también, que sois todos un pedazo de la patria, de esa patria de la cual es menester que se diga:
- Es un pueblo grande, porque es un pueblo honrado y trabajador.

La clase estaba en profundo silencio. Nadie pestañaba siquiera.
Pero, de pronto, un niño del segundo banco se levantó y dijo espontáneamente:
- ¡Señor! ¡Yo seré siempre bueno y trabajador, y siempre diré la verdad!
El maestro no contestó una palabra, pero lo abrazó. Tenía lágrimas en los ojos.

Fuente: Pablo A. Pizzurno, Buenos Aires, Editorial Aquilino Fernandez, 1901.
 

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