9/10/15

ANIVERSARIO DEL PASO A LA INMORTALIDAD DEL GENERAL JUAN GALO DE LAVALLE

El día 9 de octubre de 1841 se produce la muerte del General Juan Galo de Lavalle. Uno de los forjadores de la libertad argentina. Fue un guerrero de un valor y decisión sin límites y un gran líder de hombres de coraje. Combatió en todos los teatros de operaciones en que se luchó por la libertad. Ejemplo de valor y entrega.
 
"Ay mi General Lavalle
tu carne vuelve a la tierra
las aguas la llevarán
ha terminado tu guerra.
Guarda mi llanto
oh corazón
Adiós General Lavalle
adiós General sin miedo
te servirán como escolta
cien guerreros que murieron.
Guarda mi llanto
oh corazón.
Al fin la muerte te halló
al fin pagaste tu mal
sus ojos no volverán
a ver la tierra que amó.
Guarda mi llanto
oh corazón

El alma de Lavalle advierte las lágrimas de Danel y le dice:
- Sufrís por mí, pero deberías sufrir por los camaradas que quedan, ahora yo no importo. Lo que en mí se corrompía, lo estás arrancando y las aguas lo llevarán muy lejos. Con el tiempo se convertirá en tierra, ayudará en una planta crecer, puede que esté en la florcita de campo.
Ya ves que ésto no debería entristecerte, Alejandro. Y además, así sólo quedarán mis huesos, lo único que en nosotros se parece a la eternidad. Me conforta que también guarden mi corazón y la cabeza. La cabeza que esos doctores de Montevideo ridiculizaban, quizás, porque me repugnó aliarme con extranjeros, o porque esta larga retirada les pareció insensata. Porque no ataqué a Buenos Aires.
No saben que el recuerdo de Dorrego comenzó a atormentarme desde que entramos en la provincia.
Yo era muy joven cuando lo fusilé, y creí que hacía un servicio a la patria, y aunque me dolió entrañablemente, porque yo quería a Manuel, porque siempre le tuve inclinación, firmé aquella sentencia que tanta sangre ha hecho correr en doce años.
Vos, Alejandro, estabas conmigo y bien sabés cuanto me costó decidirlo. También lo saben muchos de los camaradas que ahora lloran por estos huesos. Y también sabés Alejandro, que fueron ellos, los hombres de Cabeza, los que me indujeron a cometer aquel crimen con cartas insidiosas.
No vos Danel, ni La Madrid, ni ninguno de los que tenemos nada más que un brazo para empuñar el sable y un corazón para ayudarnos a enfrentar la muerte.
Los huesos son envueltos en el poncho que alguna vez fue celeste, pero que ahora es apenas un trapo sucio. Un trapo que no se sabe bien lo que representa.
Uno de esos símbolos de las pasiones humanas, Celeste, Colorado, que terminan por volver al colorín mortal de la tierra, del color del destino último de los hombres, Unitarios o Federales.
Ponen el corazón en un tachito con aguardiente, y por un momento no se sabe a quién entregarlo.
El alma de Lavalle contempla al más desamparado de sus fieles. A alguien que permanece solo y un poco apartado, y piensa:
Aparicio Sosa, que nunca necesitaste entender nada, limitándote a serme fiel, a creer sin razones en lo que hiciera.
Vos, que me cuidaste desde que yo era un cadete mocoso y arrogante. Vos, callado Sargento Sosa, el Negro Sosa, el picado de viruelas Sosa. El que me salvó en Cancha Rayada, poniendo su pecho. El que nada, absolutamente nada posee, fuera de su amor a este pobre General derrotado,
y a esta patria bárbara y desdichada.
Querría que pensasen en vos, Aparicio Sosa.
Ya nada queda en la Quebrada de aquellos restos de la Legión. El eco de sus caballadas se ha apagado. La tierra que desprendieron en su furioso galope, ha vuelto a su seno, lenta pero inexorablemente.
La carne de Lavalle ha sido arrastrada hacia abajo, por las aguas de un río, para convertirse en tierra, acaso en árbol o en flor. Sólo permanece el recuerdo brumoso y cada día más apagado de aquella Legión fantasma. Un viejo indio me ha contado que en ciertas noches de luna se aparece el fantasma del General.
Se oyen primero las espuelas y luego un misterioso y sordo relincho. Después aparece Lavalle
en un caballo blanco como la nieve. Lleva un gran sable de caballería y un alto morrión de Granadero.
Pobre indio... Si el General era ya un mísero paisano con un chambergo de paja sucia y un poncho que había olvidado su color simbólico.
Si aquél desventurado no vestía ya ni uniforme de Granadero, ni alto morrión, ni nada.
Si era un desdichado rotoso entre desdichados.
Pero, así ve el viejo indio el General y así me lo contó.
También me dijo que es como un sueño, es apenas un instante en que aquél guerrero resplandece en la noche. Luego desaparece entre las sombras, cruzando el río, hacia allá, hacia los cerros del poniente.
Tu combate ha terminado
adiós General Lavalle
sean testigos de este duelo
las montañas de este valle.
Guarda mi llanto
oh corazón
Adiós General Lavalle
adiós General sin miedo
te servirán como escolta
cien guerreros que murieron.
Guarda mi llanto
oh corazón"

Eduardo Falú y Ernesto Sábato.


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