29/1/19

¿POR QUE CORONAMOS EL ARBOL DE NAVIDAD CON LA FIGURA DE UN HADA?

Pese a que puede sonar improbable, la popular hada que corona el árbol de navidad comenzó su vida hace cientos de años como imagen sagrada del Niñitos Jesús. Luego sufrió una serie de graduales transformaciones hasta convertirse en la moderna visión no religiosa del personaje actual.
La historia principia en Alemania en el siglo XVII donde se utilizaron moldes arquitectónicos barrocos de querubines para hacer pequeñas figuras de cera del Niño Jesús, las cuales eran profusamente colgadas en los árboles de Navidad como recordatorio de la natividad.
Con el tiempo, se desarrolló una imagen mas grande llamada Ángel de hojalata dorada, evolución de los originales querubines, que fue colocada sola en la cima del árbol.
Continuaba representando al Cristo niño, pero convirtieron en un muñeco ángel navideño hecho de porcelana o de cera, que en lugar de representar al Niño Jesús era un ángel guardián.
Bajo el formato de ángel navideño llegó a Inglaterra en los albores de la era victoriana, y dado su parecido con una muñeca los niños la reclamaban por juguete una vez desmantelado el árbol al termino de las celebraciones. Mudaba entonces su vestimenta y, vestido como una muñeca a la moda, llegaba en algún momento del proceso a cambiar de sexo.
A comienzos del siglo XX tenemos la imagen de una muñeca que corona el árbol haciendo las voces de ángel protector. El próximo paso registra la intromisión de la pantomima navideña. Los victorianos amaban sus pantomimas, y uno de los personajes favoritos de los niños era el Hada Buena, que blandía su varita mágica para salvar al héroe y la heroína de acecho de los crueles villanos, y mediante ese proceso el ángel protector se convirtió en el Hada Buena protectora.
Llegando el siglo XX el Hada Buena de la pantomima se había transformado simplemente en “el hada”, y así, en seis etapas y a través de cientos de años, el Niñito Jesús llego a ser el hada que hoy corona el árbol navideño.
Fuente: “Tradiciones de Navidad”, Desmond Morris, Editorial Emecé, Buenos Aires 1993.


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