4/11/14

EL JUICIO FINAL DEL SOLDADO

El Soldado se puso de pie y quedó delante de Dios, listo para la última inspección, presentándose con sus armas, la hebilla del cinto, sus distintivos de metal y sus insignias impecables.

Dijo Dios:
-¡Un paso al frente, soldado! ¿Cómo deberé juzgarte? ¿Fuiste fiel a la Iglesia?
¿Diste tu otra mejilla?

El Soldado, cabizbajo, responde:
- ¡No, Señor! Quienes portamos uniforme, no siempre podemos.
La mayoría de los domingos, cumplía alguna obligación del servicio y no iba a la iglesia, Señor.
Nunca tomé nada ajeno que por derecho no fuese mío. Y cuando más y mejor cumplía con mi deber, más me alejaba de mi familia.
Señor… lloré por muchas cosas, por problemas que no eran míos, por camaradas que conocía y también por impotencia y dolor. Siempre quise un mundo sin guerra ni combates… ¡porque sé lo que son!
Cometí errores y sé bien que muchos jamás me quisieron tener cerca… ¡salvo cuando sufrían algún problema y yo, incondicionalmente, me presentaba para ayudarlos!
Si hubiera un lugar para mi, lo agradezco. Lujo no preciso. Y en caso que no haya… ¡sabré entender, Señor!
Pero cualquiera sea su decisión, Señor, pido que vigile con cariño y cuidado a aquellos que dejé allá, pues yo ya no los podré proteger.

Un silencio absoluto se hizo alrededor del trono rodeado por los Ángeles. El Soldado, postrado, espera la orden del Señor.

- Tu cuerpo me sirvió con alma y corazón. Has cumplido con lo que Mi Hijo dijo: “¡No hay amor más grande que el de aquél que da la vida por su prójimo!”
¡Fuiste escudo para ese prójimo! ¡Viviste en pro de la vida!... ¡Ve y anda en paz por Mi Reino!
El Infierno fue tu misión... ¡Y la has cumplido!

Dedicado a todos los uniformados cuya vocación de servicio es el único motor de sus acciones.

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