25/12/14

EL DIA QUE LA NAVIDAD FRENÓ UNA GUERRA

En diciembre de 1914 se acercaba un frío día de Navidad, y las tropas británicas y alemanas se enfrentaban a través de un angosto trecho de suelo europeo. Las condiciones imperantes en ambas trincheras eran espantosas, el tronar de los cañones incesante y el ruido ensordecedor. La oficialidad británica había tomado escasas previsiones para celebrar la Navidad. Tenían órdenes de tratar esa jornada como cualquier otra, y seguir peleando, y lo poco y bueno que pudieron hacer sus cansadas tropas fue recoger unos restos de ramas de acebo como patético recordatorio de las festividades que con seguridad tendrían lugar en sus lejanos hogares.
Los alemanes estaban mucho mejor organizados. Para elevar la moral de sus tropas habían hecho enviar canastas con comida y árboles de Navidad a las líneas del frente con la intención de estimularlos a pelear mejor, pero esta bien planeada estrategia tuvo precisamente un efecto contrario. En lugar de aumentar la agresiva lealtad de los soldados el gesto detuvo por completo las hostilidades.
La verdad es que el común de los soldados alemanes no odiaban a sus pares ingleses ni viceversa, y si procuraban matarse unos a otros, era pura y exclusivamente para satisfacer la arrogancia y sed de sangre de sus autridades. El espectáculo de todos esos arbolitos afectó muy hondo a los sentimentales alemanes. La víspera de Navidad los decoraron como mejor pudieron para exhibirlos en los parapetos de sus trincheras. Luego, a medianoche, dejaron de disparar sus armas y comenzaron a cantar villancicos, y algunos hasta consiguieron instrumentos musicales para acompañarse.
Las congeladas tropas británicas, escondidas en sus trincheras, sintieron alarma y desconcierto ante el repentino y extraño silencio, seguido por los acordes de Stille Nacht, y al asomarse comprobaron asombrados que los soldados alemanes habían emergido de sus escondites, y ocupaban en actitud pasiva la tierra de nadie. Con temor nervioso los ingleses se les unieron, y tuvo lugar una improvisada tregua.
Los villancicos continuaron durante toda la noche, los enemigos cantando juntos, y a medida que pasaron las horas tuvo lugar un extraordinario intercambio de regalos. Los ingleses ofrecieron cigarrillos y budín de ciruelas. Enemigos mortales se estrecharon las manos e incluso se abrazaron, mostrándose fotografías de sus respectivas familias, y durante un breve interludio la idea de matar se borró de sus mentes.
A la mañana siguiente, día de Navidad, desde las trincheras alemanas se escucharon gritos de "Feliz Navidad, Tommy" ("Tommy", nombre por el cual se conoce al soldado inglés). Luego ocurrió algo insólito. Poniéndose de acuerdo sobre un punto intermedio entre ambas posiciones, ingleses y alemanes protagonizaron lo que debe ser el más raro partido de fútbol en la historia de ese deporte.
En cierto momento del día un soldado alemán disparó su arma accidentalmente, y de inmediato envió una carta pidiendo disculpas a los ingleses.
Es de lamentar que la mágica navideña no tuviera proyección. Las autoridades arrogantes, furiosas ante ese inesperado brote de paz, emitieron órdenes en el sentido de que en el futuro, la penalidad por fraternizar con el enemigo sería la muerte, y dado que la perspectiva de morir por una bala casera era mayor a la de sucumbir al fuego enemigo, los jóvenes regresaron a sus trincheras y a la macabra tarea de despedazarse mutuamente.
Se dice que en algunos lugares del frente la tregua informal llegó a durar tanto como un par de días, una semana, y en cierto sector seis semanas, pero lo cierto es que la mayoría de las tropas sólo dejaron de disparar sus armas durante el breve período del día de Navidad mismo.
No obstante habla de manera elocuente de la profundidad del sentimiento que entraña la Navidad el hecho de haber logrado, aun por unas pocas horas, detener la locura humana de la guerra.

Fuente: “Tradiciones de Navidad”, Desmond Morris, Editorial Emecé, Buenos Aires 1993.

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