13/12/18

LA TRADICIÓN DE ENCENDER VELAS EN LA NAVIDAD

Tiempo atrás, en el norte de Europa, se encendía una enorme vela Yule que debía arder a través de toda la festividad Navideña. Al igual que el leño Yule, esto se hacía originalmente para homenajear al dios Sol y celebrar su nacimiento al comienzo de un nuevo año. El simbolismo de encender esta vela especial encerraba la esperanza de que la luz del Sol se viese estimulada a reaparecer a corto plazo.
La Cristiandad adoptó esta costumbre y dado que Cristo era la "Luz del Mundo" la llama de esa vela simbolizaba su influencia. Asimismo se sugería que la brillante luz de la vela representaba la Estrella de Belén.
Al pueblo se lo estimulaba a encender muchas velas para reforzar este simbolismo, y era práctica común colocar una o más en las ventanas para guiar al espíritu de Cristo a través de la negra noche. Otras se adosaban al árbol de Navidad, pero esta práctica con frecuencia terminaba en desastre pues, mal colocada, hasta la más pequeña vela podía incendiar un árbol, y era costumbre destacar a un miembro de la casa, por lo general un sirviente menor, para que montase guardia cuando el árbol se encontraba iluminado. A este paciente guardián se lo dotaba de un largo palo terminado en una esponja o trapo humedecido, para con él combatir cualquier atisbo de fuego.
Esta precaución era reforzada por una fila de baldes llenos de agua, estratégicamente colocada junto a una pared cercana, con los cuales se encaraba la lucha contra desastres mayores. Pese a estas precauciones cada año sucedían tragedias. (Esto no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que en la Alemania del siglo XVIII solían destinarse cuatrocientas velas a la decoración de un árbol de tres metros y medio de altura.)
El temor a tales accidentes tal vez justifique nuestra actual tendencia a utilizar pequeñas réplicas eléctricas de las velas de antaño. Aparecieron por primera vez en 1882, en los Estados Unidos y por cortesía de la Compañía de Electricidad de Edison, y debemos admitir que pese a la seguridad que nos aporta su uso, este substituto no posee la mágica cualidad de las oscilantes velas del ayer.
Fuente: “Tradiciones de Navidad”, Desmond Morris, Editorial Emecé, Buenos Aires 1993.

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