17/12/18

PAPA NOEL Y SANTA CLAUS

PAPA NOEL
En la antigüedad los hombres temían el duro invierno. Significaba experimentar terribles sufrimientos, y ellos procuraban convencer a las fuerzas de la naturaleza que fuesen benévolas con ellos e hiciesen de ese invierno una estación benigna.
Los vikingos representaban esto, vistiendo a alguien para representar el "Invierno", y lo agasajaban de la mejor manera posible. Los británicos adoptaron esta costumbre, y al representante lo denominaban "Viejo Invierno", "Vieja Navidad" o "Viejo Padre Navidad". Se lo invitaba a participar de todas las festividades, y se le suministraba comida y bebida para mantenerlo de buen humor. Se confiaba en que estos actos simbólicos de alguna manera influenciasen en los elementos.
En esta temprana encarnación Padre Navidad (Papá Noel para nosotros) no era portador de regalos para los pequeños, ni se introducía en las casas bajando por la chimenea. Simplemente ambulaba de casa en casa, golpeaba a las puertas, visitaba a los moradores e ingería comida y bebida, para luego seguir su camino cada vez más alegre.
Mucho después se llegó a confundirlo con Santa Claus, y hoy son para nosotros uno y el mismo, pese a sus muy distintos orígenes.

SANTA CLAUS
Santa Claus comenzó su vida como Nicolás, un santo obispo de la vieja ciudad costera de Myra, en lo que es ahora el sudoeste de Turquía. Hoy podemos ver las ruinas de su iglesia más o menos a una milla del pequeño y moderno pueblo de Decore. Nació el 280 D.C. en la cercana ciudad de Patara, unas ochenta millas costa arriba, y murió el 6 de diciembre de 345 en Myra. Posteriormente su cuerpo fue trasladado a Bari, Italia, donde permanece hasta hoy, y donde cada año se realiza una gran fiesta en su honor.
Se sabe poco de su vida a excepción de una serie de cuentos legendarios, en algunos de los cuales aparece como despojándose de su riqueza para darla a los pobres. En una de esas leyendas se detiene en una posada cuyo dueño poseía la horrible costumbre de hacer escabeche con muchachitos que conservaba en toneles de salmuera, "salándolos como cerdo' para servir a sus parroquianos. Nicolás logró salvar a tres muchachos asiáticos de esa suerte.
Debido a su generosidad al hacer regalos y a la protección que daba a los pequeños, se convirtió en un santo inmensamente popular a través de toda Europa donde se le dedicaron miles de iglesias. En Gran Bretaña solamente superan las cuatrocientas.
En varias regiones surgió la tradición de que si en su fiesta —el 6 de diciembre— los pequeños dejaban algo de comida para su caballo (o burro) él les dejaría unos caramelos, siendo éste el primer paso importante hacia el nacimiento de Santa Claus como dador de obsequios.
El país donde tuvo mayor acogida fue Holanda, y se dice que esto se debe a que fueron barcos holandeses quienes trajeron las primeras noticias de su existencia al norte de Europa. En holandés su nombre se convirtió en "Sinter Klaas" o "Sinter Claes". Cuando los holandeses llegaron al Nuevo Mundo y fundaron en el temprano siglo xvil un lugar llamado Nueva Amsterdam (luego rebautizado Nueva York) trajeron consigo sus costumbres Sinter Klaas, y la primera iglesia que erigieron llevó su nombre.
La pronunciación americanizada de Sinter Klaas fue "Santa Claus", y éste pronto se convirtió en su apodo. En poco tiempo Santa Claus perdió sus raíces mediterráneas para convertirse en una figura global, común a todos. A esta altura de los acontecimientos la iglesia cristiana lo prefería a muchas otras figuras más paganas y folclóricas, pues al fin y al cabo estaba basada en un auténtico santo, y por consiguiente era más apto para desempeñar el rol de generoso distribuidor de regalos.
El siguiente paso fue el de simplificar las festividades invernales demorando en dieciocho días su arribo, pasándolo del 6 de diciembre a la víspera de Navidad, e incorporándolo de esta manera a las fiestas navideñas. Para contrarrestar cualquier oposición a esta medida se les dijo a los niños que debían hacer listas de los regalos que deseaban y dejarlas convenientemente a mano para que Santa Claus pudiese reunirlos y tenerlos listos para su entrega la víspera de Navidad. Hacía ya tiempo que estos obsequios habían superado el nivel de simples golosinas para convertirse en juguetes y presentes de todo tipo, y poco a poco el viejo santo fue convirtiéndose en el moderno Santa Claus.
En este proceso perdió su apostura estilizada para convertirse en un ser rollizo y alegre (en realidad con su larga pipa de arcilla comenzó a adquirir un gran parecido con uno de los tempranos colonizadores holandeses), y se hizo más benévolo. El viejo Sinter Klaas sólo premiaba a los niños buenos, e incluso los sometía a interrogatorios para constatar si sabían sus oraciones. Para los niños malos traía bastones con los cuales azotaba, aunque este castigo parece haber constituido más una amenaza que una realidad y eventualmente fue desterrado por completo por no armonizar con el alegre espíritu navideño.
Santa se convirtió en un tío benévolo que recorría el mundo con su alegre jo-jo-jo y la sola misión de hacer felices a los niños en Navidad independiente de su comportamiento durante el año. Para 1870 esta querida y novedosa figura había llegado a Inglaterra procedente de América, y pronto se fusionó con Papá Noel.
El viejo Papá Noel sufría la desventaja de no haber sido pródigo con sus regalos. Esto, en la era victoriana inglesa, fue enmendado tomando sólo el nombre de Papá Noel para amalgamarlo con la personalidad de Santa Claus y así crear nuestra propia e inmensamente popular figura navideña.
Para disgusto del sector mas piadoso del clero, la figura de Santa eventualmente se hizo más popular que la de Jesús con los niños modernos. Esto enfureció a ciertos elementos de la Iglesia quienes, no obstante, no pudieron impedir su ascenso al más alto sitial de la festividad navideña. Tan recientemente como en 1950 su efigie fue quemada por el clero francés, y en 1969 el papa Paulo VI llegó a "degradarlo", pero nada podía detenerlo. Papá Noel, alias Santa Claus, había llegado para quedarse.

Fuente: “Tradiciones de Navidad”, Desmond Morris, Editorial Emecé, Buenos Aires 1993.

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