Partieron vislumbrando la victoria
sobre la línea recta de sus miras;
y cayeron, seguros de lograrla
cuando la suerte más les sonreía.
La nieve les cuidó las sangraduras
con un roce piadoso de caricias;
y en las álgidas noches estrelladas
la Cruz del Sur signaba sus pupilas.
En un sueño sin fin, duermen con ellos,
la carta de la novia prometida,
un clavel bermejón en la chaqueta,
un gajo de laurel en la mochila.
¡No llores, Patria, con dolor de madre
a tus hijos sepultos en las islas!
Ellos sembraron con su sangre mártir
simiente de valor para que vivas.
No sufras, Patria. Quienes no volvieron
están de centinelas a la vista,
cuidando tus derechos para siempre
en la quietud glacial de las garitas.
Allá quedaron, sin relevo, solos,
esperando que vuelvas algún día,
tras el turno más largo de las guardias,
tras la noche más cruel de las vigilias.
Allá te esperan, dueños de la tierra,
en el menguado predio de las criptas,
sepultados de pie, como peleando
la batalla final que no termina.
Te esperan en el mar; en las rompientes,
en el aire que aún sus nombres grita.
Te esperan, empotrados en la roca,
en el yermo turbal de Las Malvinas,
empuñando las armas que esgrimieron
con el fervor de la razón invicta.
No llores pues, la muerte de tus héroes:
¡No se llora la gloria bien habida!
Coronel Ricardo Miró.
Carlos Ravazzani.
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