En la batalla de Ituzaingó, en lo más encendido de la pelea, cuando los
choques eran más rudos y sangrientos, un arrogante oficial brasileño,
espoleando su caballo, Salió al encuentro de Olavarría, amenazándole con
una pistola.
El jefe argentino detuvo el nervioso corcel y, erguido, apuesto y sereno, espero a que su contrario hiciera fuego, presentando, altivo, el pecho al peligro.
Hizo fuego el brasileño y, furioso, al ver indemne a su contrario, levantose sobre los estribos, y con gesto despreciativo lanzo la pistola, de revés, a la cabeza del jefe argentino, con tal fuerza y certera puntería, que le magullo la cara rompiéndole dos dientes.
Un segundo después yacía muerto en el suelo, atravesado por la lanza que disputaba Zapiola el honor de ser la primera del Ejército argentino.
Cuentase que Olavarría, al recordar el hecho, exclamaba:
—Podía permitir que me matara; jamás que me cometiera un ultraje.
Fuente: Compilación de Anécdotas Militares, Subteniente Juan Carlos Cordoni, Bs. As. 1936.
El jefe argentino detuvo el nervioso corcel y, erguido, apuesto y sereno, espero a que su contrario hiciera fuego, presentando, altivo, el pecho al peligro.
Hizo fuego el brasileño y, furioso, al ver indemne a su contrario, levantose sobre los estribos, y con gesto despreciativo lanzo la pistola, de revés, a la cabeza del jefe argentino, con tal fuerza y certera puntería, que le magullo la cara rompiéndole dos dientes.
Un segundo después yacía muerto en el suelo, atravesado por la lanza que disputaba Zapiola el honor de ser la primera del Ejército argentino.
Cuentase que Olavarría, al recordar el hecho, exclamaba:
—Podía permitir que me matara; jamás que me cometiera un ultraje.
Fuente: Compilación de Anécdotas Militares, Subteniente Juan Carlos Cordoni, Bs. As. 1936.
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