Mensaje del jefe del Estado Mayor General del Ejército en ocasión de
conmemorarse un nuevo aniversario del cese de fuego en el teatro de
operaciones del Atlántico Sur.
Al cumplirse un aniversario más del cese de fuego en la batalla por nuestras irredentas Malvinas, me permito hacerles llegar algunas reflexiones personales a casi treinta y cinco años de aquellos sucesos.
Fue en una cerrada noche de junio de mil novecientos ochenta y dos que concluía uno de los más tristes capítulos de la historia argentina: el gobernador militar de las islas, apreciando que ya no era aceptable más derramamiento de sangre, convenía la capitulación de la plaza.
Ninguna guerra es agradable, menos aún cuando concluye en derrota. Pero ello no tiene que opacar el gran mérito de quienes no se guardaron nada y lucharon por una causa nacional, una causa de todos.
La verdadera historia exige tiempo y serenidad para pronunciarse. El pasar de los años tiene sus ventajas, extingue las pasiones y aclara el entendimiento. Así uno puede observar los hechos con una perspectiva y amplitud que generalmente no se tienen cuando el recuerdo y el dolor están todavía muy frescos.
Hoy, transcurridas más de tres décadas, podemos afirmar que la guerra del Atlántico Sur dejó valiosas enseñanzas y experiencias que debemos tener en cuenta.
El ejército que combatió en Malvinas tuvo que hacer frente a una alianza militar con una superioridad aplastante en medios y tecnología y, aún así, no deshonró sus tradiciones.
Fue destacado en condiciones muy desfavorables, ya que el dominio del mar y del aire por parte del enemigo impedía el abastecimiento. Tampoco hubo una preparación previa a la ocupación de las islas que solucionara problemas de equipamiento, logística, doctrina y entrenamiento, entre otros.
A lo largo de una campaña de setenta y cuatro días, nuestros combatientes lucharon valientemente dando un ejemplo de coraje, abnegación y honor militar que les valió el reconocimiento de su pueblo, y hasta incluso de sus oponentes.
Como en toda guerra, hubo errores, defecciones, cobardías y miedos, pero ello fue la excepción, no la norma. Así lo señalan los resultados de los combates, no sólo en cuanto al rendimiento de la defensa en términos de la progresión de ataque lograda por el enemigo, sino principalmente en la cantidad de bajas propias.
La guerra llevó a conocimiento del concierto de las naciones los derechos que nos asisten, así como la firme voluntad de un pueblo de luchar por una causa que sabe justa. Puso en evidencia también que el reino unido necesitó movilizar gran cantidad de recursos y medios para doblegarnos.
Rendimos emocionado homenaje a los que pelearon con heroísmo en Malvinas, a los que allí murieron. Un homenaje que todo argentino de bien debe tributar.
La historia prueba que las naciones crecen, se afirman y trascienden cuando enfrentan dignamente a quienes se oponen al destino legítimo que el pueblo ha elegido a través de años de esfuerzo, de sacrificio y de lucha inclaudicable.
A doscientos años del memorable congreso de Tucumán, recordemos que, a pesar del revés de Tacuarí, después del desastre de Huaqui, seguido más tarde de tres derrotas consecutivas en Vilcapugio, Ayohúma y Sipe Sipe, los argentinos nos sobrepusimos al fracaso y pudimos declarar la independencia en 1816.
Y, siguiendo el ejemplo del general San Martín, quien premió a una pequeña partida de su ejército con un escudo que rezaba: ¡gloria a los vencidos de Chancay!, renovemos el sentimiento de orgullo y las muestras de reconocimiento hacia quienes, en el Atlántico Sur, afrontaron la derrota con incuestionable honor.
Jamás nos arrepentiremos de haber empuñado la espada en Malvinas, así como lo hicieron tantos otros para defender el suelo patrio. Era nuestro deber y lo cumplimos acabadamente.
General de División Diego Luis Suñer, jefe del Estado Mayor General del Ejército.
Al cumplirse un aniversario más del cese de fuego en la batalla por nuestras irredentas Malvinas, me permito hacerles llegar algunas reflexiones personales a casi treinta y cinco años de aquellos sucesos.
Fue en una cerrada noche de junio de mil novecientos ochenta y dos que concluía uno de los más tristes capítulos de la historia argentina: el gobernador militar de las islas, apreciando que ya no era aceptable más derramamiento de sangre, convenía la capitulación de la plaza.
Ninguna guerra es agradable, menos aún cuando concluye en derrota. Pero ello no tiene que opacar el gran mérito de quienes no se guardaron nada y lucharon por una causa nacional, una causa de todos.
La verdadera historia exige tiempo y serenidad para pronunciarse. El pasar de los años tiene sus ventajas, extingue las pasiones y aclara el entendimiento. Así uno puede observar los hechos con una perspectiva y amplitud que generalmente no se tienen cuando el recuerdo y el dolor están todavía muy frescos.
Hoy, transcurridas más de tres décadas, podemos afirmar que la guerra del Atlántico Sur dejó valiosas enseñanzas y experiencias que debemos tener en cuenta.
El ejército que combatió en Malvinas tuvo que hacer frente a una alianza militar con una superioridad aplastante en medios y tecnología y, aún así, no deshonró sus tradiciones.
Fue destacado en condiciones muy desfavorables, ya que el dominio del mar y del aire por parte del enemigo impedía el abastecimiento. Tampoco hubo una preparación previa a la ocupación de las islas que solucionara problemas de equipamiento, logística, doctrina y entrenamiento, entre otros.
A lo largo de una campaña de setenta y cuatro días, nuestros combatientes lucharon valientemente dando un ejemplo de coraje, abnegación y honor militar que les valió el reconocimiento de su pueblo, y hasta incluso de sus oponentes.
Como en toda guerra, hubo errores, defecciones, cobardías y miedos, pero ello fue la excepción, no la norma. Así lo señalan los resultados de los combates, no sólo en cuanto al rendimiento de la defensa en términos de la progresión de ataque lograda por el enemigo, sino principalmente en la cantidad de bajas propias.
La guerra llevó a conocimiento del concierto de las naciones los derechos que nos asisten, así como la firme voluntad de un pueblo de luchar por una causa que sabe justa. Puso en evidencia también que el reino unido necesitó movilizar gran cantidad de recursos y medios para doblegarnos.
Rendimos emocionado homenaje a los que pelearon con heroísmo en Malvinas, a los que allí murieron. Un homenaje que todo argentino de bien debe tributar.
La historia prueba que las naciones crecen, se afirman y trascienden cuando enfrentan dignamente a quienes se oponen al destino legítimo que el pueblo ha elegido a través de años de esfuerzo, de sacrificio y de lucha inclaudicable.
A doscientos años del memorable congreso de Tucumán, recordemos que, a pesar del revés de Tacuarí, después del desastre de Huaqui, seguido más tarde de tres derrotas consecutivas en Vilcapugio, Ayohúma y Sipe Sipe, los argentinos nos sobrepusimos al fracaso y pudimos declarar la independencia en 1816.
Y, siguiendo el ejemplo del general San Martín, quien premió a una pequeña partida de su ejército con un escudo que rezaba: ¡gloria a los vencidos de Chancay!, renovemos el sentimiento de orgullo y las muestras de reconocimiento hacia quienes, en el Atlántico Sur, afrontaron la derrota con incuestionable honor.
Jamás nos arrepentiremos de haber empuñado la espada en Malvinas, así como lo hicieron tantos otros para defender el suelo patrio. Era nuestro deber y lo cumplimos acabadamente.
General de División Diego Luis Suñer, jefe del Estado Mayor General del Ejército.
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