Tiempo atrás se creía firmemente que el dejar en exhibición las decoraciones navideñas después de la duodécima noche ocasionaba desastres; se esgrimían dos razones.
Para comprenderlas es importante recordar que en aquellos días todas las decoraciones eran de algún tipo de verdor natural, y que se las colocaba dentro de las casas para suministrar a los espíritus arbóreos un seguro refugio durante los crueles días de invierno. Acabado este período, coincidente con las festividades navideñas, se hacía necesario sacar afuera las plantas para liberar a los espíritus y así reintegrarlos a su medio natural. El no hacerlo significaba que la vegetación no podría reanudar su ciclo de crecimiento a medida que el invierno se alejaba, lo cual podía acarrear un desastre agrícola.
La segunda razón está relacionada con lo que sucedería dentro de la casa de quedar allí expuestas las decoraciones. Pese a su tremenda gratitud por la protección acordada dentro del verdor navideño los espíritus arbóreos estaban ansiosos por regresar a su hábitat natural no bien cesaba el invierno, y de ser obligados a permanecer entre paredes, a medida que los días se alargaban y el tiempo mejoraba, se tornarían dañinos y con el tiempo abiertamente hostiles, provocando estragos en la casa hasta tanto lograr su liberación.
Con el paso del tiempo el período navideño se acortó en todo un mes para quedar en doce días; para terminar con el clima festivo también se adelantó en un mes la costumbre de retirar los adornos y sacar afuera las plantas. Esto significó que los espíritus arbóreos gozaban de un muy breve alivio de los rigores del invierno, pero ya la razón original de decorar la casa con ramas verdes empezaba a caer en el olvido. Otro ritual pagano de adoración de la naturaleza iba camino a transformarse en poco más que una costumbre popular, una "vieja tradición", obedecida pero no comprendida.
Hoy todavía a la gente le sigue inquietando eso de dejar en exhibición las decoraciones navideñas después de la Duodécima Noche, pese a que lo que más está a la vista son tarjetas navideñas producidas comercialmente. La superstición persiste, pese a que los espíritus arbóreos han sido enterrados por el olvido y carecen de significación.
¿Será en verdad así? Conviene recordar que miles de árboles son derribados para hacer el papel con que se confeccionan los millones de tarjetas de Navidad que enviamos cada año. Tal vez una manera moderna de apaciguar los espíritus arbóreos sería la de reciclar todo ese papel, para salvar así las vidas de tantos árboles al año siguiente.
Fuente: “Tradiciones de Navidad”, Desmond Morris, Editorial Emecé, Buenos Aires 1993.
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