Luego de 13 años de ininterrumpido combate y de obtener el grado de general luego de su bizarra acción en Ituzaingo, en el combate de Yerbal, el General Juan Galo de Lavalle victorioso una vez más, es herido en una pierna y debe regresar a Buenos Aires para su curación. El General Paz, jefe de estado mayor durante la guerra con el Brasil expresaba con motivo de ese retiro: “Yerbal fue un triunfo, pero nada equivale a la pérdida temporal de un Lavalle”.
Lavalle, durante su convalecencia en Buenos Aires había visto la agitación popular que alentaba Dorrego contra Rivadavia, se había enterado de los tratos de este con los caudillos a los cuales exhortaba para que no le entreguen más tropas al gobierno Nacional. Consideraba toda esa actividad como una traición.
Asciende Dorrego a la gobernación y Lavalle presencia personalmente el fraude electoral que se comete en las elecciones.
Dada la escasa confiabilidad que le inspiraba el gobierno y por ser previsibles los procedimientos a los que apelaría, fácil le resulto a Lavalle vaticinar la esterilidad de ese último esfuerzo por variar gradualmente la situación, sin atropellos ni estridencias. En efecto, no había llegado todavía la hora de abrir los comicios cuando una multitud de negros, mulatos y criollos “con chaqueta al hombro y el cuchillo al cinto” se arrojaron sobre las mesas electorales al grito de “¡Viva nuestro padre Dorrego!”, a la par que cubrían de apodos indecorosos a los “decentes” de levita o frac.
Pero la oposición no resulto fácil de amedrentar y comenzó a imponerse en algunos distritos a los ministeriales. Entonces, el gobierno, con el pretexto de contener los desórdenes, echo mano a la fuerza pública. Se enviaron de treinta a cuarenta hombres de las tropas de línea a cada parroquia. Al respecto, confiesa Iriarte en sus memorias: “Yo toque el resorte de todos los operarios del parque de artillería, mas de ciento cincuenta en número, para hacer triunfar la lista del gobierno en la Parroquia de San Nicolás”, y a fe que lo consiguió. También los contingentes llegados del interior fueron utilizados para esos menesteres comiciales: “Se preguntaba a un oficial de las tropas venidas de Córdoba. ¿Cuántas campañas habéis hecho? Dos y media, respondió; una en San Telmo y la otra en el Colegio.
En cuanto a la media campaña, la hemos hecho en el fuerte una noche entera tendidos en el suelo”
El episodio más resonante de los ocurridos en esta refriega electoral fue protagonizado por el general Lavalle, cuyo relato ha hecho clásico Lacasa:
“(…) una patrulla de veinticinco hombres de tropa de línea vino a ordenar a nombre del gobierno, a los que rodeaban la mesa, que se separasen inmediatamente, para que pudieran votar los grupos ministeriales, y que tenían tomadas todas las avenidas. Lavalle entonces, que era el representante del pueblo en aquel punto, con la arrogancia que le era característica, se colocó al frente de la tropa y dijo al oficial que la mandaba. –“Que en aquel momento no había gobierno; y que de consiguiente no podía impartir orden alguna y que era muy extraño que un oficial de honor, que debía esperar una ocasión favorable para demostrar su energía en el campo de batalla, viniera a hacer ostentación de sus armas en el pretil de un templo y ante el pecho de un pueblo desarmado.; ordenando a la tropa como general del ejército, que se retirara de aquel punto. El oficial obedeció. Pero en el ínterin, la mesa había sido atropellada ya por la chusma, arrebatados los registros y lográndose el objeto del gobierno que era anular las elecciones en todas las parroquias en que sus candidatos estuvieran en minoría.
Es de imaginarse el arrebato de furor que se apoderaría del vehemente general al ser burlado por quien, a su juicio, no era mas que un patético loco que, escalando los escombros de la República disuelta, se había instalado en el gobierno de Buenos Aires para continuar desde ahí su obra de degradación.
Vuelto al ejercito, lo encuentra en un total desamparo. Los combates y el esfuerzo constante lo han reducido a la mitad. Dorrego no envía ninguna ayuda, después de cuatro victorias se encontraba en la mas completa nulidad por dejadez del Gobierno e incapacidad de su jefe. Se hace la paz, se pierde la banda oriental y Lavalle se indigna al saber que Dorrego ha sido premiado con una suma de dinero por la Legislatura que el controlaba. No había dinero para los hombres y la guerra pero si para quien los entregaba.
Luego reflexionaría: “Todas las vías legales están obstruidas, porque el gobierno se burla de las elecciones del pueblo, que es uno de sus mas sagrados derechos y el ultimo mal que estos hombres van a hacer a este pueblo es obligarlo a ejecutar un cambio por las vías de hecho que están ya olvidadas. Pero no hay mas que dos partidos a elegir: o servirse de las vías de hecho, o abandonar nuestro país al vandalaje.”
Este era el General Lavalle, un soldado que como tal, amaba a su Patria. Nunca pretendió mayor gloria que la de morir frente a sus hombres y, como dice Sábato en su romance; peleó en ciento cinco combates por la libertad de este continente y murió en la miseria y el desconcierto. El soldado quién San Martín llamó el primer espada del Ejército Libertador.
Obtuvo cada grado de su carrera en combate. No pidió nada y se entregó por completo a la causa de la Patria.
Cuando vayamos este domingo a emitir el voto, recordemos la sangre vertida por nuestros antecesores. Recordemos los sacrificios de tantos hombres anónimos gracias a los cuales hoy tenemos un país. Hagamos Patria, votemos responsablemente y con esto, rindámosle el homenaje que merecen todos y cada uno de ellos. Esta será sin duda, la mas linda flor que podamos colocarles en su tumba.
Digámosle en silencio, cuando estemos en el cuarto oscuro y cuando estemos frente a la urna: Gracias por todo. Su muerte no fue en vano. Con ella lubricaron nuestra Independencia. Con ella nos hicieron libres. Con ella nos dieron la paz. He aquí nuestro homenaje.
Carlos Ravazzani
Fuentes: Etanislao del Campo Wilson. “Lavalle contra Rosas” Editorial Dunken, 2009. Patricia Pasquali. “Juan Lavalle. Un guerrero en tiempos de revolución y dictadura” Editorial Planeta, 1996. Ernesto Sábato. “Romance de la muerte de Juan Lavalle”, 1964.